¿ Qué mejor escuela de formación ética, cívica y humana , que la del aprendizaje continuo e integral en el tiempo libremente escogido?
Porque la juventud lleva en sí misma todos los elementos necesarios para elaborar una conciencia moral- una razón práctica- y una conciencia intelectual, y ambas se perfilan en estrecha relación con el medio social. Por ello, sus relaciones con aquellos con quienes interaccionan- especialmente si la interacción no implica sumisión- son claramente formadoras.
En la medida en que este proceso de relaciones implique la adopción de estrategias-maneras de actuar, tipos de proyectos, opciones de actividades- y de pautas para vivirlas que sean adoptadas como fruto de la reflexión común y de la participación de los sujetos que son sus mismos destinatarios, se estará viviendo, de verdad, un método activo de asunción de códigos de comportamiento democráticos y responsables, fundamento real de la convivencia en el respeto mutuo y en la tolerancia.
En el compromiso participativo asociado es más posible que en otros ámbitos de espacio/tiempo que los sujetos sean los protagonistas y los autores de sus propios criterios normativos. Esta es la base de la escuela de la ética autónoma, modelo de vida libre y responsable que sería conveniente mantener e impulsar también en el resto de la vida adulta.
Así pues, una concepción de educación activa mediante el compromiso participativo, no sometida a principios de autoridad y abierta al despliegue de las capacidades y las potencialidades de la que es portadora la juventud, garantiza la superación de cualquier método paternalista y protector, caracterizado por el deseo de influir desde fuera sobre la conciencia de los más jóvenes, moldeándola con supuestos valores que, a pesar de que puedan responder, quizás, a buenas intenciones, no consiguen más que contribuir a reforzar las dependencias heterónomas, anulando el alcance racional y crítico mediante el cual se desarrolla el propio proceso formativo.
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